La casa no estaba totalmente limpia, no estaba lista para la lluvia. Las habitaciones parecían alargadas, las ventanas apiladas, y las gardenias expectantes seres naturales enterradas en tarros de tierra. Parecían gritar: sácanos, queremos lluvia. Había café caliente y pan, y lonjas de queso blanco, chocolate de agua, hojas mojadas y lápices de colores.
Eso es lo que queda en mi recuerdo de la casa en la que refugiamos mi familia y yo durante el Huracán George de 1998, cuando tenía 10 años, el día que empecé a escribir.
19 años más tarde, hay gente bebiendo #Esperanza, uno de los origenes de mi café con sus familias. Esperando que regrese la calma.
Pasamos muchos días sin luz, sin agua potable, sin seguridad física. Pero no bien pasaba la tormenta la gente salía a la calle porque tenían las ganas de restaurar guardadas en el alma. Y ese es el espíritu más hermoso que tiene la gente. Y uno puede sentir eso todos los días. Con y sin tormentas.
Ese es el residuo que siempre deja la Esperanza.
Que aunque nos destruyan, lo que mejor hacemos es restaurar.
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