Gregorio produce café porque no tiene otra cosa de qué vivir. Con él y su familia comienza un extremo de una enorme industria dedicada a satisfacer las pasiones por el café que tienen millones de dominicanos. Una industria que genera billones de pesos en ingresos que la gente que realmente produce el café nunca los ve.A menos que se empiece a mirar el café con otros ojos, Gregorio seguirá recibiendo menos del 10% de los beneficios que genera su esfuerzo. Como él hay otros 35 mil agricultores pequeños en la República Dominicana que han trabajado todas sus vidas por el café, pero el café no ha trabajado por ellos.Gregorio es oriundo de la Sierra de Neiba. Caminé con él hasta su finca en búsqueda de una respuesta directa a una pregunta simple. ¿Vale la pena seguir cultivando café en el campo?Para subir a su caseta hay que escalar. Unos cuantos pasos arriba se ven las nubes suspendidas sobre la loma, haciéndole orilla al Majagual. Es difícil clavar las suelas en el lodo húmedo que circunda el área donde crecen sus Caturras. Es difícil porque hay neblina, y el aire húmedo y denso del calor del trópico no encuentra espacio entre su sombrero y ni en el suelo. Bienvenido a mi finca, dice Pamela, su hija, cuando llegamos, media hora después. Me toma por un brazo y me dice que entre a la casa y me siente en la mesa, llena de jugos de piña, de uvas, de hierbas, de flores, lechozas, mandarinas y cacao. Lo único que faltaba era el café. Les daba vergüenza darme café tostado en una paila, no querían que yo creyera que su café no tiene calidad. Querían darme su café con la esperanza de recibir a cambio la posibilidad de encontrar una forma de vida en algo que aman tanto. Querían darme algo especial.Para mi los especiales eran ellos. -Fotografía: @francisco_alba_suriel_ –